Cuando el rey Felipe VI se disponía a dar su primer mensaje de Navidad, en 2015, decidió un nuevo escenario y cambió el tradicional set de aires domésticos en el que aparecía su antecesor por el Salón del Reino. Muchos telespectadores se lamentaron de ello entonces, pues creían que mostrando tal entorno don Felipe había hecho una innecesaria ostentación de lujo y riqueza ante una ciudadanía afectada por la crisis. Con ello, estas personas denotaron dos cosas. Una, que la gente, a pesar de todos los pesares, es buena y compasiva, y gracias a ello subsiste el mundo. Y otra, que la educación moderna ha conseguido tanto acabar con el analfabetismo como producir almas de cántaro. Lo que la Corona hizo con aquel cambio de escenario no fue una frívola exhibición de patrimonio sino una calculada y gélida demostración de voluntad de poder. Lo que se buscaba era ejercer un sólido efecto de autoridad con una escenificación que no era de riqueza sino de solemnidad, de esa solemnidad con la que se adorna Vladimir Putin cuando aparece ante el público ostentando su voluntad de poderío.
Felipe VI mandó un mensaje claro aquella noche: se acabó el rey campechano y, ante los interrogantes del futuro, mi mano no temblará. Yo escribí entonces no sé donde una reflexión parecida a esa y dije que don Felipe comenzó a mostrarse como el hardliner que podía llegar a ser. Y utilicé la palabra inglesa hardliner porque me parece que tiene más matices y acepciones, en el sentido de ser de línea dura, pero también aludir a un entusiasta, convencido y empeñoso. Esos matices son importantes cuando desde el centro del poder te mandan un mensaje tan claro. Hoy día ya he quitado de aquella afirmación el «podía llegar a ser»; como profesor de comunicación debo estar a la altura de un rey semiólogo.
El pastel que comenzó a cocinarse aquellas fiestas navideñas salió del horno con el discurso del 3 de octubre. Hay quien dice que si don Juan Carlos hizo el 23F un discurso civil vestido de militar, don Felipe hizo lo inverso. Dios me libre de pensar yo tal cosa, pues no quiero imaginar algo parecido en 2017, que no es exactamente 1981 (aunque para algunos, como si lo «seriese»). Y la guinda le fue colocada al dulce ayer en el acto de entrega de los premios Princesa de Asturias. Felipe VI apareció en él para entregar los galardones y pronunciar su discurso luciendo una corbata verde. La bondad innata de nuestro pueblo habrá hecho pensar a algunos que se trataba de un error de elección de vestuario, pero fue lo contrario: otro mensaje del rey semiólogo. V.E.R.D.E. es el acrónimo de Viva El Rey De España.
El uso de color y acrónimo-consigna asociado viene de lejos. Su antecedente se encuentra en la lucha de Italia por la liberación del dominio austriaco, en el siglo XIX, en la que el pueblo aclamaba al gran compositor Giuseppe Verdi, «evivva VERDI!», porque las letras de su apellido formaban el acrónimo de Vittorio Emmanuele Re d’Italia. En los años 30 en España algunos grupos monárquicos recordaron aquel episodio, cuando durante la segunda república española el gobierno prohibió la exhibición de signos relativos a la monarquía, de modo que monárquicos y conspiradores empezaron a lucir corbatas verdes a medida que se fueron viendo las orejas. Era un guiño chic en el barrio de Salamanca en un momento fundacional de ese estilo de prosa periodística que hoy se da en todo su esplendor en la capital y que bebe más de César González Ruano y Ramiro Ledesma Ramos que de Quevedo y Góngora. Luego las cosas acabaron como es sabido y los juegos de corbatas concluyeron con el añadido de la corbata negra al uniforme de Falange ordenado por Franco como señal de luto por la muerte del Ausente.
Con discurso y corbata, llegó don Felipe y mandó parar. Para tratarse de un rey que reina pero no gobierna –aunque hable con las mismas palabras que el presidente del gobierno– no es moco de pavo. De modo que ya comprenderán ustedes que el regreso de los juegos de corbatas me inquiete un tantico. Porque si uno piensa reinar sin gobernar no da un paso al frente tan ostentoso loándose a sí mismo.
Dramàticament cert.
Em temo que sí. Gràcies pel comentari, amic.
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